Me apunto a muchos concursos literarios, pero de una forma peculiar. Me gusta apuntarme a los que tienen una fecha de vencimiento próxima y escribir el relato en cuestión de horas. Obviamente, así no voy a ganar ningún concurso, pero me divierte escribir de esta manera, bajo toda esta presión.
En esta ocasión, me apunté al concurso de Relato 48, consistente en escribir un relato en el que se debe incluir una frase dada, pero teniendo solo 48 horas para ello. ¿Qué hice yo? Esperarme al último momento, escribirlo en 20 minutos y enviarlo dos minutos pasado el plazo (esto fue sin querer). Para rematar la pifia, no cumplí con el número mínimo de palabras, pero me gustó mucho cómo quedó el relato y, por eso, os lo quiero compartir.
La frase que tenía que incluir se elegía entre dos opciones, yo me quedé con: “48 clavos”.
Relato sin título.
Sara me miró como si no me conociera, pero vi cómo el terror comenzaba a reflejarse en sus ojos. Aquellos ojos marrones y brillantes que recordaban a los de un oso de peluche.
— ¿Qué pasa? ¿No te acuerdas de mí? — Le pregunté con una voz melosa para ganarme su confianza, aunque no era necesario porque ya conocía la respuesta.
Entonces empezó a huir.
— Ya estamos. — Lancé un suspiro mientras comenzaba a perseguirla.
En realidad, Sara no podía escapar muy lejos. La sala era muy pequeña y tras la puerta, al final de un largo pasillo, se encontraba un recibidor no mucho más grande.
— ¡Joder, la puerta!
Me la había dejado abierta y Sara ya se encontraba recorriendo el pasillo. No miraba atrás, parecía saber que ese sencillo gesto le haría perder unos segundos valiosos en su huida hacia la libertad. Era tan pequeña y rápida. La verdad es que me daba mucha pena, pero, ¿qué podía hacer yo? Era lo que había programado, no había marcha atrás.
Llegué al recibidor y no la vi. Seguramente se habría escondido detrás del mueble que quedaba frente a la puerta de entrada, colocado en perpendicular a la pared. Reduje la velocidad y pensé darle un poquito de tregua, a ver si sabiéndose a salvo, me facilitaba la tarea. Deshice mis pasos y llegué a la sala donde Sara se había despertado antes de tiempo. ¿Por qué se había despertado? Si se enteraba el Jefe de que me había vuelto a pasar iba a acabar conmigo. Solo de pensarlo se me puso la piel de gallina mientras un escalofrío recorría todo mi cuerpo. No, estaba exagerando, él no tenía por qué enterarse.
Mientras recogía un poco todas mis herramientas comencé a escuchar un ruido, era Sara, sin duda pidiendo auxilio.
— ¿Por qué todos hacen lo mismo? Si nadie va a venir a socorrerlos. — Pensé mientras se me escapa una risita. No podía evitarlo, sabía que no estaba bien, pero aquello me hacía mucha gracia.
Algunos eran súper escandalosos, tanto que algún vecino había venido a quejarse. Por suerte, el Jefe había puesto remedio y desde entonces ya no había habido ninguna queja más: un tratamiento de insonorización completo. Lo más difícil fue la puerta, porque el Jefe no quería cambiarla, la que había instalada le gustaba mucho y al final tuvo que venir un especialista en carpintería para poder colocarle una placa especial, 48 clavos necesitó el carpintero para que aquello quedara decente.
Pero al final funcionó y yo sabía que por mucho que Sara pidiera ayuda, nadie vendría a quejarse ni a preguntar qué eran esos horribles ruidos como habían hecho antes.
Había recogido todas mis herramientas y empecé a limpiar un poco la sala. De reojo, vi la hora en el gran reloj que el Jefe había colocado en la pared sobre la que él mismo había designado como mi zona de trabajo. Desde luego que el trabajo me gustaba, pero no de esta manera en la que todo tenía que ser tal y como él me mandaba. ¿Pero dónde iba a encontrar alguien como yo un trabajo como aquel en una ciudad tan pequeña? Fui consciente de la hora y de que tenía que terminar lo antes posible, aun me quedaba la peor parte y encima Sara se había despertado. Sabía que en su estado actual me sería imposible volver a dormirla. ¿Cómo iba a hacerlo entonces?
Volví a pensar en la última vez que me había ocurrido. Mauri se llamaba. Se había despertado antes de tiempo, pero justo cuando estaba terminando con él, si solo hubiera aguantado un par de minutos más todo habría sido distinto. Al abrir los ojos y verme allí, con la herramienta, Mauri se volvió loco. Comenzó a correr mientras se golpeaba contra las paredes y empezó a tirar todo al suelo. Entre el caos de cristales rotos y herramientas esparcidas por el suelo lo pude sujetar sentándome a horcajadas sobre él y, decidida, me dije que tenía que terminar lo que había empezado. Así que seguí por dónde me había quedado mientras Mauri se retorcía y chillaba sin consuelo. Con el primer corte todo se llenó de sangre y, casi al mismo tiempo, Mauri consiguió escapar de la pinza que le estaba haciendo con mis piernas y escapó corriendo por el pasillo, de nuevo me había dejado la puerta abierta, y salpicando todo de sangre a su paso.
Salí tras él, escurriendo con la sangre y cayendo sobre un bote de cristal que había explotado en mil pedazos en el suelo con sus sacudidas anteriores. Me hice un profundo corte en la mano que comenzó a sangrar sin control y comencé a seguirlo mientras notaba como mis piernas empezaban a flaquear. A mitad de camino, me desplomé.
Cuando desperté, estaba bañada en sangre. Mía y de Mauri. Frente a mí pude ver la mirada seria del Jefe que me miraba como si aquello fuera el Fin del Mundo, o algo peor.
Mientras pensaba en toda la bronca que vino después, escuché un fuerte golpe proveniente del recibidor. Salí corriendo solo para encontrarme a Sara bajo el mueble que acababa de tirarse encima. No podía entender cómo lo había hecho, el mueble estaba anclado a la pared. Lo levanté usando para ello todas mis fuerzas y la encontré debajo, tiritando de miedo y lloriqueando. Por suerte, no había sufrido ningún daño porque había tenido la suerte de quedarse justo en el hueco que tenía el mueble entre el escritorio y el soporte más alto destinado a la pantalla.
La cogí en brazos y ella, por primera vez en todo el día, se dejó hacer. Parecía que, por fin, había asumido que ese era su destino.
— Anda, ven, que menudo día me estás dando, pequeña.
La apreté contra mi cuerpo y le di un beso en la pequeña cabecita cubierta de aquel bonito pelo negro tan suave como el algodón. Entramos en la sala y la coloqué sobre mi mesa de trabajo. Sabía que sería algo más fácil que la última vez, porque Sara se había rendido por completo.
La dejé allí mientras cogía la herramienta de mi maletín y, cuando me di la vuelta para mirarla, ella seguía como la había dejado.
Cogí con cariño su patita mientras comenzaba a cortarle las uñas. Ser peluquera canina iba a acabar conmigo.
¿Qué más?
Os prometo que en cuanto saque fuerzas, me pongo a darle a esto un formato más agradable. Me supera la tecnología ya.